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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2005-05-26 | [Acest text ar trebui citit în espanol] | Înscris în bibliotecă de Edilberto González Trejos
En su peregrinación, el maestro y algunos de sus discÃpulos bajaron de la montaña al llano y se encaminaron hacia las murallas de la gran ciudad. Ante la puerta se habÃa congregado una gran muchedumbre.
Cuando se hallaron más cerca vieron un cadalso levantado y los verdugos ocupados en llevar a rastras hacia el tajo a un individuo ya muy debilitado por el calabozo y los tormentos. La plebe se agolpaba alrededor del espectáculo. HacÃan mofa del reo y le escupÃan, movÃan bulla y esperaban con impaciencia la decapitación. —¿Quién será y qué delitos habrá perpetrado —se preguntaban unos a otros los discÃpulos— para que la multitud desee su muerte con tanto afán? Aquà no se ve a nadie que manifieste compasión ni que llore. —Supongo que será un hereje —dijo el maestro con tristeza. Siguieron acercándose, y cuando se vieron confundidos con el gentÃo los discÃpulos preguntaron a izquierda y derecha quién era y qué crÃmenes habÃa cometido el que en aquellos momentos se arrodillaba frente al tajo. —Es un hereje —decÃa la gente muy indignada—. ¡Hola! ¡Ahora inclina su cabeza condenada! ¡Acabemos de una vez! En verdad ese perro quiso enseñarnos que la ciudad del ParaÃso tiene sólo dos puertas, ¡cuando a todos nosotros nos consta perfectamente que las puertas son doce! Asombrados, los discÃpulos se reunieron alrededor del maestro y le preguntaron: —¿Cómo lo adivinaste, maestro? Él sonrió y, mientras echaba de nuevo a andar,... nuevo a andar, dijo en voz baja: —No ha sido difÃcil. Si fuese un asesino, o un bandolero o cualquier otra especie de criminal, habrÃamos visto entre las gentes del pueblo pena y compasión. Muchos llorarÃan y algunos hasta pondrÃan el grito en el cielo proclamando su inocencia. Al que tiene una creencia diferente, en cambio, se le puede sacrificar y echar su cadáver a los perros sin que el pueblo se inmute. (hacia 1908)
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