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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2008-05-10 | [Acest text ar trebui citit în espanol] | Înscris în bibliotecă de Daniel Lacatus
La tarde se escurecía
entre la una y las dos, que viendo que el Sol se muere, se vistió de luto el sol. Tinieblas cubren los aires, las piedras de dos en dos se rompen unas con otras, y el pecho del hombre no. Los ángeles de paz lloran con tan amargo dolor, que los cielos y la tierra conocen que muere Dios. Cuando está Cristo en la cruz diciendo al Padre, Señor, ¿por qué me bas desamparado? ¡ay Dios, qué tierna razón!, ¿qué sentiría su Madre, cuando tal palabra oyó, viendo que su Hijo dice que Dios le desamparó? No lloréis Virgen piadosa, que aunque se va vuestro Amor, antes que pasen tres días volverá a verse con vos. ¿Pero cómo las entrañas, que nueve meses vivió, verán que corta la muerte fruto de tal bendición? «¡Ay Hijo!, la Virgen dice, ¿qué madre vio como yo tantas espadas sangrientas traspasar su corazón? ¿Dónde está vuestra hermosura? ¿quién los ojos eclipsó, donde se miraba el Cielo como de su mismo Autor? Partamos, dulce Jesús, el cáliz desta pasión, que Vos le bebéis de sangre, y yo de pena y dolor. ¿De qué me sirvió guardaros de aquel Rey que os persiguió, si al fin os quitan la vida vuestros enemigos hoy?» Esto diciendo la Virgen Cristo el espíritu dio; alma, si no eres de piedra llora, pues la culpa soy.
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